sábado, 27 de octubre de 2018

BOMBAS MADE IN USA SOBRE JAPON


En el mes de Agosto de cada año se hace memoria de uno de los acontecimientos más crueles, que han acaecido en el planeta, desde el desarrollo de la cultura humana: el lanzamiento de las bombas atómicas sobre las ciudades japonesas Hiroshima y Nagasaki, los días 6 y 9 de Agosto de 1945 respectivamente.

  

Este hecho, enmarcado dentro de los sucesos de la Segunda Guerra Mundial (1939 – 1945), fue el resultado de dos situaciones peculiares de carácter científico y político: la primera, que corresponde al desarrollo del proyecto denominado Manhattan, destinado a desarrollar la energía nuclear con fines bélicos, como contraparte al accionar de los alemanes en tal sentido, en plena contienda. Y la segunda, la cruenta disuasión al gobierno soviético de penetrar en Japón que, ya sitiado por estos, sólo le restaba ganar cierto margen de tiempo, mientras su gobierno negociaba una rendición lo menos onerosa posible. 
                                                                                                                            
Las cosas se dieron tal como lo planearon Harry S. Truman, el presidente de Estados Unidos, y sus asociados: la devastación, el arrasamiento, con su secuela de víctimas y el impacto psicológico fue de gran alcance; mientras los soviéticos, por su parte, replegaron sus fuerzas de penetración a un territorio donde, a partir de ese momento, entraría a imponer sus condiciones el gobierno gringo y sus aliados más cercanos.

Antes de ocurrir la destrucción masiva de personas (alrededor de doscientos mil japoneses murieron instantáneamente, y miles más quedaron afectados por las quemaduras y la radiación), así como de construcciones y entorno natural (afectación a la flora y la fauna, contaminación de aguas y suelos), una serie de circunstancias fácticas hacían prever, de la manera menos cruenta, la finalización total de la contienda en el frente asiático: las fuerzas japonesas quedaban solitarias luego de la rendición de sus dos aliados (Alemania e Italia), según lo tratado en la conferencia de Potsdam (entre Julio 17 y Agosto 2 de 1945), donde se llegó a los acuerdos y sanciones respectivas. El ejército nipón no tenía la suficiente capacidad para repeler el embate de las fuerzas soviéticas, que por mar, aire y tierra lo tenía sitiado; eran contingentes agotados y deseosos de terminar la pesadilla a que los llevó la dirigencia de su país. En esos momentos esta dirigencia, buscando atenuar su error político, lo único que pretendía era llegar a una rendición que no implicara la pérdida de sus valores ancestrales, ni la cultura de su pueblo; para ello habían entrado en conversaciones con los soviéticos, como los dominadores más cercanos entre los aliados.

Es notorio que esa última circunstancia, conocida por el gobernante estadounidense, al igual que las otras, no la percibía como conveniente porque contrarrestaba sus posibilidades hegemónicas en ese territorio estratégico, en medio de la creciente tensión de los dos bandos antagónicos: capitalistas y comunistas.

Luego de ejecutada la acción genocida el Sr. Truman y sus corifeos expusieron una serie de razones que impulsaron a dicho proceder: como evitarle mayores riesgos al ejército gringo y sus aliados ante unas fuerzas japonesas altamente peligrosas, a la vez que dar término a la guerra que tantas vidas había costado. La propaganda de imagen divulgó en todas las formas posibles, a través de los medios, la historiografía oficial y los textos escolares, estas inventivas.

Si bien el ataque a Pearl Harbor, ejecutado por la armada japonesa el 7 de Diciembre de 1941, acicateó la reacción del gobierno de Estados Unidos, los procedimientos de unos y otros fueron diametralmente opuestos: mientras los primeros (molestos por el intervencionismo gringo en su área de influencia, así como por el desabastecimiento de petróleo y el bloqueo de rutas estratégicas como el canal de Panamá) dirigieron los ataques al objetivo militar en la isla Hawái, isla norteña de Oceanía al sur de Japón, expuestos  a la reacción armada inmediata, lo que les costó muchas pérdidas (como las de los pilotos kamikaze); los segundos, con cautela y sobreseguros, sobrevolando un territorio de fuerzas aniquiladas, arrojaron las destructivas bombas sobre la población civil, inerme y desprevenida.

A todas luces tal proceder fue un acto vil y canallesco contra las víctimas, además de una acción irresponsable, de la máxima gravedad, contra la biosfera (la vida en su conjunto) en aras de lograr, de manera arrasante, una hegemonía territorial.



 Si bien se conmemora el genocidio y se realizan actos en contra del indebido uso de la energía nuclear, los pueblos y naciones deben tipificar más lo ocurrido, entre otros con los siguientes procedimientos:
* declarar genocida al Sr. Harry S. Truman por la orden impartida, al igual que a otros burócratas estatales que han realizado o realizan actos similares.
* cuestionar el papel de los científicos que entregan su saber, conocimientos y descubrimientos, a los políticos y grupos de poder a cambio de dádivas y privilegios.
* promover, durante el mes de Agosto de cada año, en centros educativos y diversos lugares, con carácter didáctico a la vez que informativo, el conocimiento de las causas reales del lanzamiento de las dos bombas atómicas, dentro de su verdadero marco histórico; así como las consecuencias para la vida en su conjunto (humanos, entornos naturales, flora y fauna).